Creo que las izquierdas no acabamos de comprender que las últimas manifestaciones populares -altercados aparte- son un ejercicio de libre expresión desideologizado (no por ello apolítico).
El PSOE se encuentra en una difícil situación. Ha perdido la confianza de su electorado y su carta más alta es servirse de los sindicatos mayoritarios como mediadores que le devuelvan el amor del electorado. La cercanía de la debacle hace que no se dejen ver mucho por las manifestaciones, por si el efecto pudiera suponer una devolución de la pelota a su propio tejado.
La solución más honesta es recuperar a la ciudadanía desde abajo, barrio a barrio, reanimando la vida interna de las sedes locales a través de un modelo de participación en red, más horizontal y con una pregnancia directa en las demandas reales de cada ciudad. Pero ya se sabe, esta estrategia es lenta, requiere una readaptación que los órganos del partido ni quieren ni se atreven a orquestar. Es más fácil recurrir a la estrategia redentorista basada en esperar a...
1º.- Esperar a que el adversario se desgaste.
2º.- Esperar a que la ciudadanía se cabree.
3º.- Erigirse en el partido del pueblo oprimido.
4º.- Esperar sacar el rédito político que se perdió.
Y todo esto cumpliendo a la perfección la regla de oro de cualquier empresa de éxito: mínimo gasto, máximo beneficio. Mientras tanto, las bases sensibles a este contexto, ya sean militantes, simpatizantes o afines, esperamos un cambio sustancial a pie de sede, gestos más allá de esta pirotecnia que, pese al simulacro que Ejecutivas Locales como la de Badajoz orquestan para salvar las apariencias, no acaba de ser creíble. Puede que ganemos las próximas Primarias, pero dudo que sea por otra razón diferente a la que llevó a Rajoy a la Moncloa: probemos con éste, a ver qué tal, que el otro nos salió rana. Nada nuevo bajo el sol.
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