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Es hora de despertar



Disculpen la disensión, pero todo suena a cartón piedra. Lo que debiera haber sido un sencillo acto de homenaje al primer gobierno socialista -o bien una reflexión plural sobre los retos a los que se enfrenta el partido-, se reveló como un espectáculo teatral de autocomplacencia y escasez de ideas. 

Para empezar, una puesta en escena premeditada, a fin de generar la sensación de que el partido resurge de sus cenizas con energías y espíritu rejuvenecido. De poco sirve situar en el fondo del encuadre a jóvenes militantes, o permitir que la militante más joven de la Ejecutiva Federal se codee con las viejas glorias (siempre en un papel secundario, para salvar las apariencias, claro está). La estética del acto alienta pocas esperanzas de un cambio en Ferraz.

Pero ojalá fuera solo una cuestión estética. Los contenidos esgrimidos tampoco formulan líneas ideológicas o pautas de acción que revelen algo más que frases maximalistas y perlocuciones artificiosas. Empecemos por Felipe González, utilizado para la ocasión con el fin de recuperar el espíritu ochentero, la socialdemocracia de "mayorías" de entonces. El PSOE necesita remitologizarse, encontrar comodines emociones con los que el militante-simpatizante se sienta identificado y recupere el tono de unidad perdido. Zapatero no servía (la sombra de su gestión enturbia la imagen del partido), de ahí que creyeran que el 30 aniversario, con González a la cabeza, serviría de exorcismo recurrente en tiempos de zozobra interna. 

Felipe habló: "El PSOE ha perdido la vocación de mayoría y tiene que recuperarla". Esta invitación al centrismo ideológico y al pragmatismo político contrasta con la soflama de Rubalcaba, llamando a edificar un discurso anticapitalista, radical y reformista. El policía bueno y el policía malo, el yin y el yan, el doble discurso que busca en un mismo pack contentar a la ciudadanía indignada y al militante conservador. En principio, ambos discursos parecen contradecirse (no se puede generar una mayoría sostenible con una narrativa polarizada), pero si los analizamos con atención, pertenecen a un mismo núcleo estratégico. El PSOE ha perdido el afecto de una mayoría de izquierdas formada esencialmente por una extensa clase media, esencia misma del Estado del bienestar. El dueto González-Rubalcaba canta la misma letanía, pese a utilizar tono y letra dispares. Rubalcaba interpreta el papel de rebelde político, recupera la narrativa socialista antiliberal, cercana al "obrero" actual, es decir, al parado, al empresario a punto de cerrar su negocio, al joven antisistema, harto de corruptelas y mentiras. Este guión es el que a su juicio puede hacernos recuperar la "mayoría" de la que habla González. Pero a estas alturas es evidente que este discurso suena a impostado, tardío y povo creíble. 

¿Por qué? La respuesta la aportó con certera sencillez una militante anónima durante el acto. "¡Hay que escuchar a la base!", gritó. A lo que González respondió con lógica presidencial -cual zarza ardiente en el desierto socialista-, que no solo no resolvió la perplejidad de la militancia, sino que la aumentó aún más: "¡Yo soy la base!" Y se quedó tan pancho. Los dirigentes tradicionales del partido interpretan la pérdida de afecto ciudadano en clave exclusivamente electoralista. De hecho, hoy por hoy son los dirigentes que tienen o tuvieron cargo público quienes dirigen las riendas del PSOE, dejando en un segundo plano a los militantes que trabajan en las sedes, a pie de calle. Ellos dirigen la agenda, ellos dicen qué es relevante o no para el futuro del partido. Todo con el horizonte electoral de fondo, sin analizar en profundidad los factores internos que destruyen al partido desde su estructura misma. 

Los gestos de aperturismo, transparencia y democratización interna se reducen a un amago de implantación de listas abiertas en primarias. Un gesto necesario, pero insuficiente; más aún si los procesos previos a la elección siguen basándose en un control férreo de los tiempos, los discursos y la compraventa de apoyos. Reducir la democratización del partido a un mero formalismo procedimental es soñar bajo. Es como decir que la democracia funciona por el solo hecho de que podemos votar cada cuatro años. No, ciertamente no. Una democracia sustancial se construye a través de la fortaleza de un tejido social sólido. Las listas abiertas no son suficientes para hacer del partido un espacio abierto a la ciudadanía. El verdadero reformismo socialista debe comenzar desde abajo, devolviendo al ciudadano el poder real dentro del partido. Para ello deben reconfigurarse los flujos de comunicación y poder entre la militancia y sus dirigentes. Las Ejecutivas no pueden operar como centros de la vida del partido, sino como mediadores de la acción directa dentro de barrios, asociaciones, grupos ciudadanos. Esto es socialismo en estado puro. El ciudadano es el verdadero protagonista del partido. Para ello es necesario que cambie el modelo de decisiones y acceso al poder, las funciones mismas de los órganos de dirección. Igualmente, es preciso romper la frontera difusa entre militante y simpatizante, abrir las sedes a cualquier ciudadano que tenga inquietudes sociales, problemas laborales,... Pero esto no puede hacerse esperando a que la montaña vaya a Mahoma; es el militante-simpatizante quien debe hacer política en su entorno más cercano, canalizando las demandas ciudadanas a través de los cauces institucionales a su disposición y que el partido debe facilitar. 

No es solo responsabilidad de los órganos del partido hacer posible estas reformas. Sin un tejido social que se crea su protagonismo dentro del PSOE, reproduciríamos los mismos errores de antaño, facilitando las oligarquías internas, la acumulación del poder en unos pocos, el enquistamiento de ideas y acciones. De ahí que todo militante, todo simpatizante, todo ciudadano progresista debe hacerse valer y exigir un socialismo real, más allá del aparato institucional que configura el acceso al poder institucional. Son las bases las que deben diseñar las líneas ideológicas de futuro, no los órganos directivos o los cargos institucionales, quienes debieran ser tan solo facilitadores de la voluntad ciudadana. Alfonso Guerra habló alto y claro: "Ya no hay políticos, solo gestores". Debemos recuperar la función natural de la política a través de sus verdaderos protagonistas: los ciudadanos. Esto es lo que debiera diferenciarnos del resto de partidos históricos: la raiganbre ciudadana que lo sustenta, el poder directo del pueblo, por y para sí mismo.

Afirma Felipe González que no debemos seguir reflexionando sobre nuestra vida interna, sino ganarnos al ciudadano. Como si ambas acciones fueran contradictorias o excluyentes. Como si el actual modelo de partido facilitara la empatía de los ciudadanos con el proyecto socialista. Los órganos de dirección no quieren cambiar nada desde dentro; solo desean un escenario estratégico que les otorgue expectativas de gobernabilidad futura. Para ello, ponen en funcionamiento una puesta en escena impostada que dé la sensación de una frescura y renovación que no existen. Esta sordera de nuestros líderes condena al PSOE a convertirse en un partido vacío de tejido social que lo sustente. Podremos ganar las elecciones, pero será un triunfo formal, sin el apoyo emocional de la ciudadanía progresista, quien acabará votando por pura reducción al absurdo y dejará de creer en nuestro proyecto político. A su vez, esto no hará sino aumentar la estructura oligárquica que preside la actual organización del partido. 

No son pocos los militantes y simpatizantes que cada vez son más conscientes de este hecho y, contra viento y marea, siguen creyendo en la posibilidad de una verdadera renovación interna del partido. Pero cada vez que intentan establecer comunicación con los órganos de dirección se encuentran con la misma respuesta insondable. Las bases están hartas, cansadas. Esperan con una paciencia infinita un apoyo y un liderazgo que nunca llegan. La agenda preelectoral está activada y el blindaje interno contra disensiones alerta. Volvemos al estado de excepción política que inutiliza la reflexión y el consenso internos sobre posibles reformas de urgencia. A cambio, nos ofrecen el placebo de unas listas abiertas, convertidas en estandarte de una renovación de cartón piedra. 

¿Debemos callar los militantes ante este atropello? No, no debemos aceptar este modelo de socialismo pragmático, orquestado no desde la base, sino a puerta cerrada. Empiezo a creer plausible que la militancia y los simpatizantes debiéramos ser más incisivos, menos dóciles con los órganos de gobierno. Presentarles cara a través del debate abierto, la protesta civil pasiva, la denuncia pública y demás acciones que recuperen el protagonismo de la ciudadanía activa dentro del partido. Esto no se puede hacer sin molestar directamente a los órganos de dirección, sin desestabilizar la agenda preelectoral y exigir la restitución del poder directo del ciudadano en la dirección del partido. Si no reaccionamos, las alternativas son escasas:

Unos -la mayoría- claudicarán, convirtiéndose en rebaño, agentes pasivos del partido, que votan ejecutivas y asisten a asambleas prediseñadas, pero que siguen sintiéndose orgullosos de ser socialistas de carnet y solera.

Otros, cachorros de la misma camada, esperarán su turno, para acceder al poder, mimetizando la misma disciplina de partido. Prometerán cambios, se travestirán de renovadores, pero una vez dentro no retocarán el mobiliario. Son difíciles de reconocer, ya que mutan de discurso y sonrisa según ventea. 

Por último, no es extraño que algunos -cada vez más- busquen otras fórmulas políticas que se adapten con más determinación a sus afectos políticos progresistas. De hecho, ya empieza a darse dentro del propio partido una suerte de sincretismo ideológico solapado (especialmente en zonas rurales), que con el tiempo podría acabar en escisiones con las que el PSOE se viera obligado a coalicionarse y que marcarían nuevos modelos de hacer política de izquierda. Ferraz tiene suerte de que la ciudadanía más joven sea alérgica a implicarse en política; en el caso de que empezara a comprometerse, es raro que no surgiera un rebrote de movimientos y partidos afines, pero contrarios a la cultura de partido que impone el PSOE. En parte, hemos sido presa de nuestro propio éxito y de nuestra falta de competencia dentro del espectro de izquierdas. Incluso ahora que las urnas nos castigan, seguimos actuando con no poca arrogancia y orgullo adolescente, al amparo de las rentas que nos regaló la Historia. Nada ni nadie es eterno, y torres más altas han caído. Es hora de despertar.

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