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Pensando el socialismo



Un asunto que realmente me inquieta dentro del contexto de crisis que atraviesa el socialismo europeo es el vacío de referentes intelectuales que alimenten un reformismo nuclear desde la misma base ciudadana que conforma el pensamiento progresista. Quisiera tomar como modelo ideal el "intelectual colectivo" de Gramsci, basado esencialmente en el potencial de la ciudadanía socialista como germen directo de la ideología del partido, frente al modelo totalitario, teledirigido, de intelectual (programa, ideario, campaña) al servicio del aparato. Hasta la fecha es este último modelo el que ha predominado dentro del PSOE, reforzado aún más desde que la ciudadanía decidió quitarnos su voto y su confianza. En vez de realizar un Concilio Vaticano II, los órganos de dirección de Ferraz optaron por una reforma trentista, es decir, blindaron su discurso continuista contra la disidencia interna, a pesar de que esta no ha sido tan generalizada y activa desde el comienzo de la democracia. Pese a los intentos del aparato orgánico socialista por ofrecer de cara a la opinión pública una imagen bienpensante de la supuesta unidad interna del partido y su férrea adhesión a la línea impuesta por Ferraz, la realidad se impone. Actualmente reina en el partido una escisión profunda entre aquellos que esperan cambios sustanciales que debieran afectar, a su juicio, a la estructura misma y redefinir la ideología socialista a la luz de la nueva realidad del siglo XXI, y aquellos otros que, obsesionados con la ruta electoral, entienden estos nuevos aires como un mero soporte publicitario.

Ahora bien, este reformismo, a pesar de nacer de la misma ciudadanía, a través de numerosos y plurales movimientos sociales, formados por dispares militantes y simpatizantes, no posee una unidad de pensamiento ni una organización interna unificada como para hacer sombra al núcleo ideológico del partido. Es un movimiento de un discurso excesivamente disperso, que bascula desde el radicalismo virulento hasta una narrativa moderada y plausible que defiende instaurar en el partido un modelo de organización que combine de manera eficaz representatividad institucional y participación directa de la ciudadanía en la toma de decisiones política. Este modelo ya está siendo experimentado en Brasil con un éxito sorprendente y ayuda a generar un maridaje real entre las demandas ciudadanas y las decisiones tomadas por las instituciones públicas.

Hoy por hoy, es casi imposible pensar que en el socialismo español se dé este maridaje. La dirección del partido vive ajena a los nuevos tiempos, se atrinchera en una doble moral: por un lado se presenta ante la opinión pública como partido abierto, y por otro se comporta de manera totalitaria de puertas para adentro. Esto refuerza que en los movimientos de base surgidos de manera natural, ajenos a la voluntad de los órganos de dirección, aumente el escepticismo y la polarización de su discurso, convencidos de que si realmente hubiera cambios futuros en el PSOE, estos vendrán de la mano de las bases socialistas y no de sus dirigentes internos. Consecuencia: la militancia se verá obligada con el tiempo a autoexiliarse, a buscar en otros grupos políticos de izquierdas el acomodo a su sensibilidad, a crear ellos mismos su propio partido, o -como es el caso de numerosos militantes- adaptarse y asentir a este socialismo oligárquico, instalado en un pragmatismo electoralista ajeno a las demandas de su militancia. Ya sé que este futurible suena distante, pero debemos mirar a lo lejos. El electorado de izquierdas está mutando; ya no le vale como único soporte la atávica tradición que le ata al partido a través de las convicciones, ya que estas mismas están siendo traicionadas por el propio aparato del partido. Tampoco le vale hacer guiños al cada vez más habitual votante volátil, que actúa por mero ensayo-error y no por ideología. No es extraño que Felipe González instara al partido a buscar de nuevo el amor de las mayorías; y uso el plural adrede, no es una única mayoría, sino una amplia y plural variedad de grupos sociales que están mutando su piel política, buscando abrigo a nuevas demandas, ideas nuevas que les den esperanza.

Sin embargo, no existe unidad ni organización en estos nuevos movimientos sociales, ni un discurso unificado, aunque todos comparten la necesidad de incorporar un modelo de política participativa, que acerque los problemas reales de la calle a la política profesional; igualmente demandan un modelo de partido en el que la toma de decisiones sea lo más horizontal posible. Y por último, reniegan del modelo de política económica socialista, exigiendo un viraje hacia la supeditación del sistema financiero a principios de justicia social inapelables. Tres retos sustanciales a los que el PSOE del futuro debe dar respuesta con algo más que capas de maquillaje. Tres retos que con insistencia y sin éxito reiteran los socialistas de base a los cargos orgánicos del partido. 

La crisis no ha sido la causante de esta fractura generacional en el seno del socialismo europeo; tan solo ha operado a modo de detonante incendiario, de factor multiplicador, de revulsivo para que una clase media hasta entonces silente y complaciente con los dones de la sociedad del bienestar, descubriera la cara oculta de un socialismo indolente con la voracidad del sistema financiero y la impunidad hacia la corrupción institucional. Ya existían signos evidentes de esta crisis interna antes de la debacle socialista, mucho antes numerosas voces anunciaban la necesidad de una renovación profunda de la socialdemocracia. El socialismo español quedó devorado por su propio éxito electoral. Aún así, ahora que sabe lo que es vivir bajo el sol del desierto continua perpetuando su esclerosis ideológica y su enrocamiento en el poder, un error que no hace sino aumentar la fortaleza de un movimiento popular progresista, originado de forma espontánea, a modo de digestión política, que de seguro configurará las líneas ideológicas del socialismo futuro. Sin embargo, por ahora solo es un movimiento residual, una disidencia dispersa y sin apoyo  institucional y mediático. 

Para que este nuevo pensamiento colectivo encuentre abrigo en la vida real del partido no es suficiente con que algún cargo orgánico tome nota y lleve sus vindicaciones a instancias superiores; esto solo serviría para instrumentalizar las demandas reformistas a mayor gloria de la ruta electoral de Ferraz, pero sin trascender de manera directa a las estructuras que configuran el PSOE y su manual ideológico. Solo cabe un cambio aceptable si realmente se da dentro de la dirección del partido una voluntad firme de abrir un proceso democrático y participativo que conduzca:

- Primero, a una Conferencia Extraordinaria refundacional con garantías procedimentales que aseguren la participación directa de militantes y simpatizantes en el consenso de unos nuevos estatutos, en donde se reforme la estructura interna del partido y se reconstruyan de manera colectiva sus bases ideológicas.

- Segundo, a la apertura de un proceso de elecciones internas, de acuerdo con los principios democráticos de participación y elección directa de candidaturas. Asimismo, este proceso debe asegurar en tiempos y formas la posibilidad de que se generen equipos de trabajo en torno a las diferentes candidaturas, con programas consensuados y sin injerencias, modelos de reflexión y debate colectivos, difusión y confrontación de programas plurales. Este proceso de elecciones directas no debe circunscribirse tan solo a la elección de Secretario General o al candidato para presidente del gobierno; por el contrario, debe aplicarse a la elección de cualquier cargo interno. Igualmente, deben arbitrarse medidas contra el clientelismo, la venta de votos, la concentración de poder y la falta de transparencia.

Transigir, aceptar medias tintas en un asunto tan importante es volver al modelo tradicional de partido, reproduciendo las viejas inercias que alimentaron sus errores. Algunos se preguntarán: ¿y si Ferraz no transige? La respuesta es fácil de describir, pero difícil de llevar a cabo. Es probable que una buena parte de la militancia quiera seguir formando parte de este modelo tradicional de partido, a la espera de que una vez dentro pueda cambiarlo. No son pocos los que lo han intentado; incluso González y Guerra revolucionaron el partido a partir de una escisión interna con el núcleo duro del PSOE sevillano, y tuvieron para ello que presentar un órdago que suponía dividir el partido en dos. A ese escenario futurible es al que debe enfrentarse Ferraz; sin una confrontación directa con su hoja de ruta, sin un enfrentamiento directo a su modelo de partido, no podremos asegurar que este nuevo socialismo se asiente sobre una base colectiva y realmente "obrera" (entendamos por obrero en estos tiempos la defensa incondicional de la justicia social, la igualdad de oportunidades y la recuperación del tejido social como protagonista real de la acción política). 

Los movimientos de base socialistas y afines deben consensuar un texto que defina los retos del futuro y fije unas demandas claras a Ferraz. Igualmente debe demostrar que es fuerte y que tiene apoyo popular y pregnancia en los medios. De no ser así, será difícil que nos tomen en serio o que no acaben utilizando el trabajo hecho por estos movimientos como soporte publicitario a su programa electoral.

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