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Si usted quisiera militar en el PSOE...



Imagínese, estimado lector, que decide usted, en un acceso de entusiasmo, dar el paso de militar en el PSOE de su ciudad, movido por una mezcla entre misericordia y sentido de la responsabilidad. Observa cómo el socialismo está sumido en una depresión que exige de usted dejar de ver el toro desde la barrera e implicarse. Puede que algunos lectores, a estas alturas de mi imaginaria invitación, hayan optado por desistir de ello, incluso les parezca tragicómico pensar que alguien pueda tener voluntad y estómago a estas alturas, tal y como está el universo político, de querer formar parte de este club. Otros lectores, situados dentro de las antípodas de este espectro político, es lógico que vean mi proposición como un sinsentido; sin embargo, les animo a aplicar la naturaleza e intenciones de mi relato a su propias querencias políticas. Es cuestión de echarle imaginación. 

A lo que vamos. Imagine que usted es un ciudadano de izquierdas, sensible con la situación que vive el PSOE y, sin tener padrinos ni mayores intenciones de sacar provecho o cargo de su afiliación, se une generosamente a la agrupación local del partido en su ciudad. Lo más probable es que su bautizo consista en una primera reunión con el secretario del partido local; si tiene suerte, puede que incluso se presente al evento algún cargo orgánico; para sorprender al lego, claro está (la puesta en escena es fundamental). El happening consistirá en un mitin iniciático, en el que un ponente omnisciente agradecerá a los conversos su apoyo al partido, relatará las virtudes de ser socialista y describirá los retos a los que nos enfrentamos, así como la necesidad de que un ciudadano progresista como usted apoye la causa con tamaño desprendimiento. Por supuesto, la disposición de las sillas dentro de la sala será litúrgica: el pope arriba, el creyente, abajo. Un gesto que pone al iniciado sobre aviso de la futura estructura de poder que vertebra el partido. 

Tras este rito de presentación, se te instará a asistir a las asambleas y actos que convoque la ejecutiva local. Si tienes suerte, alguien te llamará para asistir a alguna reunión sectorial esporádica, afín a tus intereses o formación. Pero es más improbable que seguro. La liturgia interna es similar a la de una iglesia: ser buen militante es asistir con asiduidad a los eventos oficiales del partido, y poco más. Pese a que la estructura de las asambleas permite al militante participar, dirigiendo sus opiniones al aforo, pronto descubre que a menos que sus ideas posean un apoyo auxiliar, todo queda en mera terapia grupal. Los estatutos blindan cualquier posibilidad de que las posturas ajenas al núcleo discursivo de la ejecutiva pasen a ser algo más que residuos marginales. La primera regla que aprende el militante es que debe buscarse un padrino, formar parte de un grupo de poder dentro del partido; de lo contrario, su participación se circunscribirá al papel de mero bulto, un número que sirva para que el candidato de turno consiga suficientes apoyos. 

Incluso en el caso de que el militante acabe formando parte de un grupo interno de poder, pronto descubrirá que la denominada "cultura de partido" (eufemismo de "disciplina" y "lealtad") impone subordinar todas las decisiones a la lógica electoral. Los intentos denodados por intentar que los procesos de elección de ejecutiva aseguren un mínimo de garantías democráticas quedan ahogados por unos estatutos que imponen tiempos y reglamentos que favorecen la compraventa de apoyos -germen del futuro sistema clientelista que contamina el acceso a los cargos institucionales- y dificulta que las candidaturas estén apoyadas en proyectos debatidos y consensuados horizontalmente. Por supuesto, de cara a la galería se te ofrecerá un discurso buenrollista que oculte la verdadera lógica que vertebra los procesos internos de toma de decisiones y acceso al poder; se te hará pensar que realmente eres parte de un gran proyecto tejido desde la base. Nada más lejos de la realidad. El militante es un elemento pasivo dentro de la estructura; solo se entiende su protagonismo en cuanto masa que publicite una estrategia previamente fabricada por los órganos directivos del partido. Nunca como agente activo de un proyecto elaborado desde la participación directa. 

Por mucho que los barones insistan en subrayar la importancia del programa político como base legitimadora de su voluntad de gobernar, es la estrategia política la que dicta qué es relevante y quién debe decidir cuándo lo es. En ningún caso se sustenta el partido en un programa creado horizontalmente, reflexionado, debatido y consensuado con tiempo y garantías procesales suficientes como para que podamos afirmar con seguridad que se trata de un proyecto fundado en la voluntad de las bases. El militante novato -a no ser que su verdadera motivación a la hora de afiliarse sea sacar tajada de ello- no necesita mucho tiempo en comprender cuál será su papel dentro de esta telaraña y las numerosas capas de maquillaje que ocultan la verdadera lógica interna del partido. Es más, pronto descubres cómo existe una relación directa entre este modelo verticalista y hermético, y los problemas de corrupción institucional, compraventa de cargos y anemia intelectual. Asimismo, compruebas cómo los estatutos del partido blindan la posibilidad de un cambio orgánico que modifique estas inercias y el celo con el que el núcleo de Ferraz y por extensión los dirigentes autonómicos, provinciales y locales, las protege contra todo tipo de herejía. 

Supongo que a estas alturas mi perplejo lector se preguntará si habrá merecido la pena haberse afiliado al PSOE (recordemos que se trata solo de un juego imaginativo), si bajo una estructura clientelar de esta naturaleza puede el militante sentirse realmente protagonista activo de un proyecto colectivo ilusionante. Igualmente, puede que se pregunte si es posible que la militancia pueda realmente tener resortes oficiales a través de los cuales cambiar desde dentro este estado de cosas. Son cada vez más los que se muestran escépticos a que este cambio sea posible si aquellos que siguen instalados al abrigo de su lógica mantienen el poder institucional del partido. Esto obliga a que buena parte de los militantes y simpatizantes realicen una disidencia paralela a la dinámica oficial del partido, o bien se resignen a ser meras comparsas -sosteniendo su esperanza al abrigo de sus ideales profundos-, o en el peor de los casos acaben entregando su carné en portería. 

El PSOE se enfrenta no solo a un problema estacional, provocado por los efectos perversos de la crisis. Existe una decadencia endémica, instalada cómodamente en la misma estructura del partido, que favorece no solo la falta de raigambre social de nuestro proyecto político, sino también la instalación en un modelo de acceso al poder que favorece el clientelismo, la corrupción, la oligarquía y un modelo tecnocrático de partido, ajeno a los valores que lo fundaron.

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