TOP

La apuesta de Rubalcaba



El partido «está mejor que hace un año», afirma Rubalcaba. Pero ¿a qué se refiere realmente? ¿A las reformas internas o a la estrategia preelectoral? Cada vez más militantes tenemos claro que a lo segundo, pese a su intención de juntar churras y merinas.

Una reforma seria del partido requiere tiempo, pero también voluntad de iniciarla. Y este es un gesto que aún esperamos. Por el contrario, percibimos miedo, exceso de celo, cerrazón, falta de escucha, cierre en banda. Intuimos que la hoja de ruta está configurada en función de los tiempos electorales y casi nada atendiendo a las demandas de renovación que crecen con mayor virulencia cada día entre la ciudadanía progresista. Entendemos que debe existir un maridaje, un equilibrio entre las necesidades que imponen generar solidez institucional, voluntad de Estado, de cara a primarias, y las demandas urgentes que instan desde todos los flancos a una reforma sustancial del socialismo español. Pero no entendemos (más bien no aceptamos) la tibieza de los órganos directivos, especialmente de Rubalcaba. Y sospechamos que tras toda esta impostura se esconde el viejo adagio gatopardiano de "algo tiene que cambiar para que nada cambie", es decir, que las previsiones de Ferraz son optimistas de cara a 2015 y no quieren alterar el hormiguero con debates internos que afeen el panorama. Han optado por la vía corta: aguantar y recoger las ventajas del fracaso del Ejecutivo. Mientras tanto la estrategia se resume en recrear un escenario de mínimos que aguante el vendaval y vaya generando en la ciudadanía una sensación de confianza que permita obtener resultados sostenibles para una aceptable gobernabilidad.

En este contexto, el debate reformista es un impedimento, las reflexiones sobre los cambios internos deben ser controlados desde arriba, a fin de que la disrupción que generan no enturbien nuestra imagen. Ferraz tiene claro que el objetivo es entrar en Moncloa y que en vistas de la situación delicada que atraviesa el partido en lo referente a su imagen pública (no a su imagen interna), debe pisar sobre seguro, blindando discursos y cuidando el atrezo. Esto no augura a pie de sede que de aquí a 2015 Ferraz desee remover mucho la base estatutaria. A lo sumo ofrecerá como macguffin las listas abiertas a modo placebo con el que contentar la voluntad reformista de militantes y simpatizantes. Pero nadie espere que se toque el modelo orgánico del partido, la estructura en la toma de decisiones, los roles adscritos tradicionales. Ni siquiera existe un debate acerca de la implantación de modelos de participación ciudadana directos, paralelos al sistema representativo. Sin embargo, Ferraz lanza sin pudor un debate acerca del modelo autonómico, una asignatura pendiente, pero del todo irrelevante en estos momentos y que interesa a más bien pocos ciudadanos.

Imaginemos que esta estrategia de Ferraz es útil, efectiva. Imaginemos que el pragmatismo debe ser el único criterio a seguir. ¿Está exenta la táctica de Rubalcaba de efectos perversos, de daños colaterales? Es evidente que no. Aplicar capas de maquillaje a un enfermo en ningún caso soluciona su dolencia; puede incluso, de no abordarse a tiempo, agravar los síntomas. No me refiero solo a los efectos sobre la voluntad de voto, cuestión que es del todo discutible; el voto de izquierdas está mutando más allá de cualquier previsión cortoplacista. Me refiero a los efectos internos que la apuesta de Ferraz puede provocar a largo plazo, reforzando la instalación en un modelo de partido cerrado, por mucha pirotecnia mediática que se lance al ruedo. 

Rubalcaba disocia el rol de militante del de votante, no presta una mínima atención a los signos de los tiempos, a las transformaciones sociológicas que se están gestando a fuego lento a pie de calle. Su lógica se reduce a un corto plazo. El mantenimiento del poder a toda costa provocará con seguridad consecuencias negativas no solo en relación al modelo de partido, sino también a la fidelización del voto de izquierdas. Mientras Ferraz traza su hoja de ruta, las sedes locales hierven, se producen transformaciones que van más allá de lo meramente anecdótico. Crecen las plataformas de militantes y simpatizantes, ajenas al orden estatutario. Un politeísmo político germina lento, pero con ideas reformistas que conectan con las demandas ciudadanas de manera más fresca e ilusionante que el propio discurso formal de Ferraz. Hay que aprender a oír la hierba crecer.

Otra cuestión crucial es que desde Ferraz no se acaba de ver con nitidez meridiana la relación directa entre la corrupción institucional y la propia estructura interna del partido. El clientelismo no comienza cuando un socialista entre a formar parte de un organismo público; es un vicio alimentado desde la misma base interna del partido, desde su configuración orgánica. Y los estatutos son el texto esencial que otorga vía libre a ello. A este inmovilismo contribuyen quienes ejercen cargos de poder interno en el partido, tanto a nivel federal como local. Los órganos de dirección no acaban de tomarse en serio los aires reformistas que nacen desde la misma base de la militancia; los interpretan como un movimiento residual generado de manera intencionada por aquellos que intentan relevar a Rubalcaba de su sillón. Su análisis es egocéntrico, eluden mirar más allá de una lógica palaciega, sin ver que la actual estructura del partido alimenta su destrucción moral e ideológica. Ferraz está dominada por un núcleo duro, alérgico a todas estas demandas; y en cascada le sigue el resto de la plana. El miedo a mover ficha más allá del catecismo imperante atenaza al partido. Mientras tanto, en la calle, la ciudadanía, cansada (la indignación es ya una fase superada) asiste sin interés a su crónica diaria de imposturas.

0 comentarios:

Publicar un comentario