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Sapere aude



¿Qué es un think tank? Para quien ande despistado, decir inicialmente que bajo este término se engloba cualquier grupo, más o menos organizado, ligado a unas ideas o inquietudes políticas, que se reúne para reflexionar, impartir ponencias, ejercer presión mediática, difundir su credo o dar apoyo intelectual a un partido o a determinadas vindicaciones políticas. En principio, un think tank no tiene porqué estar ligado directamente a un partido político, aunque sí puede originarse a partir de la disensión con determinadas decisiones políticas de una marcada ideología; es el caso del Tea Party estadounidense. En España, los think tanks se limitan a cumplir la función de soporte publicitario para determinadas formaciones políticas, a través de sus fundaciones. Es el caso de FAES (ligado al PP), IDEAS y Alternativas (ligados al PSOE). Destaca en este panorama FUNCIVA, creada para debatir de manera crítica, alejándose de polarizaciones políticas.

En líneas generales los think tanks españoles tienen como principal objetivo no tanto la actividad científica o académica, cuanto servir de ayuda a los partidos para implementar su presencia pública en medios e instituciones y difundir su discurso. Los partidos tradicionales utilizan los think tanks para expandir su credo, protegido por su núcleo ideológico. La escasez de think tanks independientes en España revela la juventud de nuestra democracia, la cercanía al viejo modelo centralista del franquismo y la ausencia de democracia interna en los partidos. 

El discurso ideológico está controlado por una élite dirigente, ligada casi siempre a cargos de poder dentro del partido o en las instituciones públicas. De ahí que los documentos de los think tanks no posean libertad ni diversidad de lecturas; su lógica es escolástica, las conclusiones deben refrendar la línea del partido. Más aún, las reflexiones políticas que publican los think tanks no tienen carácter vinculante, no vertebran a priori el discurso posterior de los órganos directivos del partido; tan solo son un soporte de maquillaje, una capa de respetabilidad intelectual con la que justificar estrategias urdidas desde otros foros de poder. Esta falta de independencia y pluralidad intelectual vertebra la lógica política en los partidos tradicionales. 

Por mucho que formaciones como el PSOE defiendan ante la opinión pública la importancia que para Ferraz posee generar un programa político consensuado, la realidad se impone. Los programas se diseñan con posterioridad a las estrategias y en función de ellas. Esta dinámica no opera solo a nivel federal; se da también en los órganos regionales, provinciales y locales. Cuando un grupo de poder desea tomar una ejecutiva, primero blinda su núcleo directivo frente a agentes patógenos y atrae con caramelos a militantes incautos, afines, amiguetes y aprovechados. Solo al final del proceso, poco tiempo antes de las elecciones internas, se pone en marcha el programa político, casi siempre redactado por un par de militantes con pluma suelta. Eso sí, no sin antes dejar claro desde arriba qué ejes deben vertebrar el texto. Si pasa el nihil obstat, a impresión y listo.

Pero esta cadena productiva centralizada no tiene como único responsable a los grupos de poder. La misma militancia se ha acostumbrado con indolencia a asumir el papel de instrumento pasivo en manos de sus élites dirigentes. Por impotencia o por oportunismo, el militante acaba claudicando y deja de presionar para que, dentro y fuera, tengan lugar cambios sustanciales en las reglas no escritas que vertebran la vida del partido. Esto no quiere decir que no exista a pie de sede una riqueza intelectual y una creatividad y voluntad de futuro suficientes como para ponerlas al servicio del partido. Simplemente que no interesa que esta pluralidad afecte la agenda apriorística de Ferraz. 

El papel de las ideas en el PSOE es subsidiario, instrumental. El control del discurso político en los medios es la clave para el éxito electoral. El descrédito actual ante la ciudadanía no ha hecho sino agravar aún más el mecanismo de protección y defensa en el núcleo del PSOE. Supuestamente, el socialismo se nutría de la idea según la cual el partido es el pueblo mismo; sus ideas y acciones son las que determina la ciudadanía, desde abajo, a pie de calle. La dirección política del partido se entendía como un mero instrumento desde el cual vehicular la voluntad de la ciudadanía. Sin embargo, el PSOE ha heredado en su estructura los defectos de cualquier sistema vertical, teledirigido, autocrático, convirtiéndose en un Leviatán, un Saturno que engulle a sus propios hijos. De nada sirve apoyarse en la excusa de unos estatutos supuestamente democráticos en su letra, si después obscuros resortes internos controlan los procedimientos para encauzarlos a voluntad de los grupos de poder.

Para que un pensamiento realmente socialista recupere su base ciudadana, su raigambre en las necesidades reales del pueblo soberano, este debe ser restituido desde abajo. El socialismo debe recuperar su base social, devolviendo a la clase trabajadora el poder del partido, cautivo en manos de una élite ajena al sentir popular. En el fondo, el futuro del socialismo reside en la propia ciudadanía, inconsciente de su fuerza como colectivo unido, más allá de tutelas y directrices. Sabere aude.

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