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Dimisión



Rubalcaba ha movido ficha: pide la dimisión del Presidente del Gobierno. La carta oficial, aquí. No me sorprende el qué, pero sí el cuándo. El PSOE quema naves, recurre al órdago, alentado por el ardor popular. Debiera haber esperado una comparecencia en el Congreso, debiera haber presionado internamente a Rajoy, pero en su lugar ha agotado sus cartas. ¿Razones? Perdonen que no vea otras que las exclusivamente electorales. Los tiempos políticos son los que son. Ante una crisis de esta categoría es evidente que Rajoy debiera haber respondido con celeridad al reclamo popular y parlamentario de explicaciones más profundas y abrir su casa con transparencia y honestidad. No lo ha hecho, pero a un par de días de los 15 minutos de seudo comparecencia de Rajoy resulta precipitado lanzar desde la oposición una petición de dimisión. La actitud de Ferraz suena más a estrategia política que a ejercicio responsable. Por un lado, Rubalcaba sabe que la maquinaria judicial, una vez puesta en marcha, podría hacer sordina a las demandas de responsabilidad política, e incluso en el caso de invalidarse los papeles de Bárcenas como prueba objetiva, quedarían un tanto deslegitimadas las peticiones desde la oposición. Por otro lado, el PSOE, después de la debacle de primarias, solo puede aspirar a un reclamo: la calle. Erigirse en alternativa directa a la incapacidad del ejecutivo, haciéndose eco (con oportunismo) del cabreo ciudadano. Las últimas encuestas no dan alivio a su esperanza, pese a que parece tener todas las cartas a su favor. Crecería IPyD y el PSOE apenas arañaría dos décimas. Es evidente que solo un golpe de choque, una muerte súbita, liderada por un reclamo público contundente, podría hacerle estandarte (quién sabe) de las emociones que protagonizan la calle. Y desde ahí subir el termómetro de intenciones de votos.

Pero cabe preguntarse si esta petición de dimisión es justa y equilibrada, más allá de las conveniencias de partido. Si no cabría ejercer una oposición más acorde con las circunstancias y los tiempos que exige la lógica parlamentaria. Es más, cabría incluso preguntarse si como estrategia política esta decisión es realmente conveniente y tendría el efecto esperado sobre el electorado. Rubalcaba sabe que la corrupción es un asunto que genera en la ciudadanía una sensación creciente de que independientemente de la ideología, todos los partidos son presa de igual codicia, y que internamente existen estructuras que favorecen esta decadencia. De ahí que de alguna forma deba demarcarse de esta generalización, ofrecer un gesto expeditivo, contundente, que delimite las diferencias y favorezca una imagen de líder alejada de la tibieza con la que hasta ahora se le ha dibujado.

La ciudadanía, sin embargo, a estas alturas es más difícil de engañar y percibe la maniobra, sospecha y mira de reojo y con no poco escepticismo estos gestos de heroicidad política. No quiere un éxito electoral de rebote, no desea jugársela a la carta menos mala. Quiere dignidad política, profundidad de miras, y no una mera pica en Flandes. Sabe sin necesidad de hacer un análisis exhaustivo que España se debate entre la decadencia moral y la incapacidad operativa de este ejecutivo y la mediocridad de un PSOE que no acaba de coger su toro por los cuernos, ofreciendo esperanzas reales de un cambio prometedor. En el fondo, (haciendo de abogado del diablo) la mejor opción para el PSOE sería perpetuar por cuatro años más su debacle, a la espera de un viraje consistente de su maquinaria interna. Pero, quién desea besar la boca que te escupe, quién desearía seguir viendo a este ejecutivo derruir a fuego lento las bases del Estado. El PP se precipita y el PSOE augura un éxito apurado, pero suficiente para recuperar fuelle. Se maquilla mejor desde el poder que en el extrarradio. Un PSOE mediocre y una ciudadanía cansada, que entre la espada y la pared se ve obligada a vender su alma por unas lentejas. Ese es el futurible más previsible.

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