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PSOE 5 estrellas



Quizá al resto del soberano le hayan resultado gratificantes y aleccionadoras las palabras sinceras de Beatriz Talegón, la joven militante socialista que, ante cientos de representantes granados del socialismo internacional, reprochó al partido su alejamiento, en forma y fondo, de las demandas reales de la ciudadanía. Y digo esto no porque el que escribe no comparta línea a línea su discurso e intencionalidad; lo digo porque buena parte de los militantes y simpatizantes socialistas españoles venimos diciendo esto desde hace años, y ya nos suena a llover sobre mojado. O si se quiere decir más claro, la actitud de la dirección orgánica del PSOE nos parece a estas alturas autoconsciente y descarada. Vamos, que lo que dice Beatriz es verdad y no va a cambiar. Solo hay que escuchar la respuesta petulante y autocomplaciente que le espetó el presidente de la Internacional Socialista tras su intervención.

Las palabras de Beatriz son, sin embargo, reveladoras. Sirven de guinda a un proceso creciente de alejamiento de las bases socialistas respecto a la dirección del partido. Digamos que a día de hoy el socialista de a pie se parece a ese cristiano que cree en Dios, pero reniega de la Iglesia; paga su cuota de empatía, asiste a bautizos, comuniones y demás happenings oficiales que marca el patrón, y deja de contar. Fuera de misa, despotrica contra el clero y maldice la suerte de la cristiandad. Se duele del devenir del partido y no le ve sentido a su militancia a no ser por su fuerte vinculación emocional con algunos compañeros o con una idea honesta de justicia social que poco tiene que ver con lo que observa cada día dentro y fuera del PSOE. 

Las palabras de Beatriz son un reproche lanzado al vuelo, que el partido no tomará al pie de la letra, pero que de seguro intentará vender como signo de la riqueza democrática del PSOE, de la frescura de su juventud y la libertad interna que le caracteriza. Vamos, que después de todo cabe hacer del vicio, virtud. Nadie tenga esperanza en que el PSOE cambiará su estructura, las formas de acceso a cargos internos e institucionales, el modelo de organización de la vida dentro de las sedes. Seamos, por favor, lúcidos, respetuosos con la realidad. A lo sumo aspiraremos a unas listas abiertas para elegir candidato, que serán el tributo mediático con el que el PSOE aspira a dar la sensación a la ciudadanía de un cambio sustancial. Maquillaje que en nada cambiará la estructura de poder que alimenta la actual maquinaria del partido. 

Esto deja al militante o simpatizante ante un dilema (en el caso de que éste sea honesto con sus afectos políticos). Le obliga a someterse como hasta ahora al mero papel de agente pasivo, casi contemplativo, de la vida interna del partido. Un voto con voz ronca. El aumento de grupos internos de reflexión política, ajenos a la dirección del partido, no están teniendo su eco en las decisiones finales de Ferraz, como tampoco lo hacen en cada sede local. El militante se ve abocado a ejercer fuera de las instancias habituales, a recuperar la vida política a través de su participación en ONGs, asociaciones, plataformas. Es aquí donde encuentra mayor satisfacción y una filosofía de trabajo afín al ideario humanista que defiende el socialismo. Dentro del partido solo puede aspirar a desgañitarse, exigiendo lo evidente. Poco a poco, el ciudadano progresista va desplazando su actividad política hacia el extrarradio del partido; se aleja de la participación interna y busca otras formas de ejercer su vocación política. Exceptuando a aquellos que aún buscan arañar cuotas de poder, valiéndose del actual sistema de acceso a cargos, con la esperanza de cambiar algo desde dentro. El resto, rebaño o arribistas a la caza de posicionamiento. 

No auguro al PSOE un aumento de interés popular por su organización. Al contrario, lo más probable es que llegue a ser un gigante de pies de barro, una gran estructura piramidal sin sostén militante, pero con grandes recursos publicitarios y de control a través de los medios y las empresas que les apoyan en la sombra. Es de esperar una bajada de afiliaciones por parte de aquellos ciudadanos que entraron con ganas de cambio y se encontraron un sistema cerrado, oligárquico, blindado contra la autocrítica y la regeneración orgánica. En el caso de ganar los próximos comicios, nuevos militantes entrarán con la esperanza de lograr abrigo, sueldo y poder. La actual estructura alimenta estas voluntades y propicia posteriores corruptelas. Y la crisis económica aumentará en número de hienas en busca de pan seguro. El PSOE no es un partido que favorezca lealtades honestas, grupos horizontales que construyan proyectos políticos desde el trabajo colaborativo. Los proyectos son teledirigidos desde arriba, protegidos por ejecutivas locales, provinciales y regionales que siguen la hoja de ruta que marca Ferraz, y que blindan el disenso, la reflexión democrática y la participación desde la diversidad, en relación directa con las demandas reales de la calle. Ante este panorama, el ciudadano afín al socialismo acaba cediendo al desconsuelo. Da igual que deje o no de militar; su papel es meramente subsidiario e instrumental. No existe a día de hoy tejido social dentro de las sedes que no venga de los resortes habituales facilitados por sindicatos y algunos organismos con fuerte filiación socialista (u oscuras contraprestaciones). El resto es ciudadanía cansada, harta de un partido envejecido y distante, conscientemente regresivo.

La percepción de Ferraz se limita a la ruta electoralista, no ve más allá, no realiza análisis sociológicos, reflexiones ideológicas ajenas al trasunto estratégico. Su punto de mira se limita a encontrar un escenario óptimo a medio plazo que le facilite la gobernabilidad. El debate interno realizado por miles de militantes y simpatizantes, preocupados por la actual situación del partido, lo observan como un efecto residual de la crisis, no como una quiebra profunda del discurso ideológico y de su capacidad de sintonizar con la nueva ciudadanía que se está gestando a fuego lento. Los disidentes socialistas son interpretados como títeres en manos de grupos internos que anhelan sustituir a Rubalcaba, no como la semilla del nuevo socialismo. Beatriz Talegón representa a ese extenso grupo idealista, honesto, nacido a partir de la crisis interna del socialismo español, que habla un lenguaje distinto, ajeno a la jerga habitual de la clase política. Sus formas y contenidos revelan la fractura del socialismo con sus bases emergentes y subrayan explícitamente la cerrazón de la dirección del partido, su incapacidad para acercarse siquiera a escuchar con honestidad a la sociedad a la que dicen servir.

Lo dicho, esto no pinta bien. Al socialista leal no a su partido, sino a un proyecto ideológico de futuro, a un ideal de sociedad, solo le queda la opción de seguir ejerciendo de santo sufridor, a la espera de que se le aparezca la Virgen y obre el milagro, o bien desvincularse de la organización e ir gestando desde fuera un nuevo socialismo, alimentado con el trabajo directo en la calle. A mi juicio, esta última opción es la más sincera y a la larga la más práctica. Quien calla, otorga; quien cede, favorece. El socialista honesto no puede seguir tomando a sus espaldas las miserias de un partido ausente. Debe exigir, y en el caso de no obtener, resistir a través de la desobediencia activa en sus sedes locales, la baja de filiación, la formación de plataformas, agrupaciones o partidos progresistas que devuelvan en pueblos y ciudades una ilusión perdida en un socialismo leal con la ciudadanía, no con la maquinaria interna del partido. En cualquier caso, a día de hoy no veo mucha esperanza dentro del partido. Observo un germen fuera de él, en aquellos que día a día se esfuerzan por apoyar causas reales, a pie de calle; un socialismo primigenio ajeno a la estructura histórica del PSOE. Hay más socialismo fuera de las sedes que dentro de ellas, más compromiso social en la calle que en los parlamentos. En el futuro, debiera ser esta nueva semilla la que lidere nuestra política, y no la actual estructura de castas que vertebra el socialismo formal. No hay más opción que ir desplazando a esta generación de políticos al ostracismo institucional y poniendo en su lugar proyectos y personas que bajo un liderazgo compartido recuperen la confianza en la política como vocación de servicio público y mediador directo de los intereses de la ciudadanía. El PSOE, o se refunda o por efecto natural de su decadencia morirá presa de su propia arrogancia.

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