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Mira el dedo, estúpido



"Las primarias cambian el modelo oligárquico, en el que unas pocas personas son las que controlan, por otro participativo", afirmó recientemente Pachi Vázquez en prensa. Es esta una verdad a medias. Unas primarias directas no aseguran una estructura interna participativa. Solo es un a priori deseable, un aperitivo que requiere del plato fuerte de la reforma de estatutos, a fin de facilitar la pluralidad de ideas y proyectos y agilizar los mecanismos de participación y sus flujos de influencia, especialmente aquellos que van de abajo arriba. Batir palmas, creerse reformista por haber articulado primarias abiertas es peligroso, un placebo que no debe contentar a militantes y simpatizantes. Sin cambios orgánicos internos, da igual quién y de qué manera meza la cuna de Ferraz; lo hará al estilo de siempre y bajo la seguridad de estatutos que aseguran la fortaleza del búnker. Es previsible que, a pesar de las primarias abiertas, el núcleo duro del partido intente asegurar alianzas -véase el reciente caso andaluz-, permitiendo solo candidaturas que defiendan el continuismo al estilo gatopardiano ("a veces es necesario que algo cambie, para que todo siga igual"). 

El PSOE necesita ya un consenso estatutario, anterior y ajeno al trasunto de primarias. Una voluntad común de reforma interna que asegure crear unas condiciones a priori, un marco normativo que reforme el acceso a cargos, la organización de equipos de trabajo, la vida en las sedes, la relación con instituciones y grupos sociales, el modelo de trabajo colaborativo en barrios,... Pasar de una oligarquía rígida a una formalmente democrática no asegura la flexibilización de las estructuras internas del partido. Algunos dirán: es un paso. Sí, si se mira como un proyecto continuo y no como un placebo electoralista. 

No son pocos los que defendemos desde hace años la puesta en marcha de un congreso extraordinario que rediseñe en partido desde abajo. Por supuesto que las primarias abiertas pueden ser uno de sus ejes de acción, pero ni el único ni de tal manera que sirva para vender barata la confianza del respetable. Existen sólidas razones para desconfiar de las primarias abiertas como mero spot publicitario. Existen sólidas razones para desconfiar de la forma en la que se gestionará este proceso, ya que se pondría en marcha bajo la estructura clientelar ya existente, que asegura alianzas soterradas, apoyos sin sustento en ideas y programas. No podemos pretender cambiar de traje sin habernos previamente duchado. 

El (supuesto) proceso de reforma del partido no se está realizando de abajo arriba. Por el contrario, sigue pareciendo un mecano diseñado desde Ferraz, ajeno a la vida interna del partido. No se puede pretender presentar las virtudes este modelo de reforma participativa sin hacerlo a través de un proceso de colaboración profunda de toda la comunidad progresista, desde la sede más recóndita hasta Rubalcaba. La pregunta es: ¿les saldrá bien esta estrategia de impostada reforma?, ¿se limitará la militancia y simpatizantes a sonreír por permitírsele votar a un candidato de su agrado, satisfechos por tener la gracia de poder participar? ¿Qué pasará al día siguiente de las primarias? ¿Acaso creemos que de pronto las sedes se convertirán en núcleos vivos de acción social, trabajando en equipo con la ayuda de ejecutivas permeables? Disculpen que sonría. 

No puede haber un verdadero reformismo interno sin que nazca éste de la propia militancia, dándose a sí misma bases normativas que la aseguren. Esto solo se puede arbitrar a través de un proceso reflexivo y participativo que implique a todos los militantes y simpatizantes y que sea vinculante, que fragüe en unos nuevos estatutos, fruto del consenso colectivo. Ferraz, por el contrario, ha pretendido vender gato por liebre, dejando incólume la base estatutaria, manteniendo el viejo modelo de hacer partido, a través de una dramaturgia pintada de luminoso amanecer. El núcleo palaciego de Ferraz mira con sospecha los nuevos vientos que demanda la militancia de calle, lo ve como una moda pasajera, un efecto perverso de la crisis. En definitiva, no cree. Pero debe hacer concesiones de atrezo si desea mutar afectos, virar las urnas. No hay fe, solo oportunismo estratégico.

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